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La lista negra
“Este es el camarín del equipo campeón de 1986”. Con esa frase que venía acompañada de una fuerte carga de responsabilidad, Peter Dragicevic le abrió la puerta del vestuario a Arturo Salah el 29 de enero, primer día de entrenamiento. Hugo Bello, Osvaldo Gómez y Arturo Jáuregui eran, hasta ese momento, los nuevos rostros en Pedreros quienes, junto al resto del plantel, vestidos con unas extrañas y poco estéticas camisetas rosadas escucharon la primera charla de Salah, quien les planteó su forma de trabajo, organización y los deseos de llegar a hacer un gran proceso.
Del otro lado, los jugadores abrían muy bien los ojos, procurando estar receptivos, pero algo distantes ya que el tema era complicado. El Chano Garrido recuerda que en ese momento, no podía creer que el mismo tipo desagradable del archirival estuviera parado ahí. Y el Flaco tiene propiedad en la opinión, ya que durante años enfrentó a Salah directamente: él, como eficiente lateral derecho, debía soportar los embates de todo tipo del ex puntero izquierdo azul.
Salah no tenía claridad respecto de la conformación final del plantel para ese año. Días antes había tenido charlas con varios jugadores para decirles que no seguían en la institución, entre ellos, Leonel Herrera, histórico zaguero albo, quien dejó el club con no poca polémica, al igual que Horacio Simaldone, quien declaró “irse dolido” de Pedreros.
Por el lado de los refuerzos, además de los recién llegados, se había especulado mucho con la contratación de Ivo Basay, que finalmente no ocurrió, ya que el flaco goleador fue contratado por Everton en una operación récord, alejándolo del Monumental hasta diez años después.
Para completar el cuadro, se corría el rumor que había una “lista negra” en la que estaban, entre otros, Oscar Rojas, el Chupete Hormazábal, el Chano Garrido,,Raúl Ormeño y Roberto Rojas, ídolos de la afición. Y fueron justamente estos dos últimos jugadores, quienes, a los pocos días sorpresivamente, aparecieron transferidos a Cobreloa.
Mientras el plantel albo viajaba a hacer la pretemporada a las Termas de Jahuel, Ormeño y Rojas partían rumbo a Calama, debido a que “Salah no los quería”, según les dijo Jorge Vergara, aunque hacia el exterior se planteó como un tema de diferencia económica, más la necesidad de Cobreloa por contar con un golero y un mediocampista.
Al llegar a la Segunda Región fueron recibidos como héroes en el aeropuerto, mientras el presidente loíno, Luis Gómez, les aseguraba que estaba todo marchando perfecto. A su vez, ellos manifestaban a la prensa que estaban satisfechos por la oferta naranja.
Parecía que iba todo bien, pero en el hotel ambos jugadores comenzaron a inquietarse al ver que avanzaban las horas y no pasaba nada concreto. Ni firma de contrato, ni conversación para arreglar las platas. Nada. Solos en el desierto. Mientras tanto en la pretemporada, Salah declaraba que la partida de Ormeño “era una transferencia que no es de mi agrado”, no así la de Rojas y no porque no quisiera al portero, sino porque ya tenía el puesto cubierto con otro experimentado como Mario Osben y un joven que venía con todas las ganas llamado Marcelo Ramírez.
Así, Rojas y Ormeño estuvieron tres días en Calama haciéndose la idea de radicarse, hasta que no aguantaron más y encararon a la directiva naranja por su situación.
“Ustedes Vienen por 250 mil pesos, Jorge Vergara me dijo que ya él había arreglado todo con ustedes”, fue la respuesta de la regencia loína. Ahí comenzaron a darse cuenta que todo había sido una maniobra del secretario de Colo Colo, por lo que agarraron sus cosas y regresaron a Santiago con el objetivo único de hablar con Arturo Salah. Paralelamente, se seguía hablando que la operación del Cóndor incluía el arribo de Hugo Rubio a los albos desde el Murcia, cuyo pase pertenecía a Cobreloa. Una vez que el golero arregló para quedarse en Colo Colo, surgió un damnificado que no estaba en los planes: Mario Osben, quien partió a Calama, ya que Salah fue claro al afirmar que “no puedo tener dos arqueros de esa categoría”. Con el tiempo, el Gato se convertiría en ídolo naranja, tanto así que terminó mucho más identificado con los loínos que con los albos.
Era tan enredado todo, que Roberto Rojas llegó a ser tentado por Universidad de Chile, opción que el portero no desechó de plano e, incluso, estuvo muy llano a estudiarla.
¿Y Ormeño? Fue quien más se demoró en arreglar, pero Arturo Salah se prodigó en mediar entre el jugador y la directiva colocolina, acción que tuvo resultados. Acá no es menor la charla que Salah tuvo con Rojas y Ormeño, en la cual les dijo que jamás los había desechado Y que quería que se quedaran en el club. Fue entonces que Ormeño llegó a la conclusión que la famosa lista negra, estaba diseñada por Vergara, quien quería hacer una poda en el camarín, ya que consideraba líderes negativos al Cóndor y al Bocón. Tal cual.
“Vergara era y es así. Pasa por encima de todos. En todo caso, yo nunca le creí nada a Vergara”, cuenta hoy Raúl Ormeño.
Este enigmático dirigente albo, fue desde el comienzo un tipo que generaba anticuerpos en muchos sectores. El se defendió durante muchos años diciendo que estaban todos contra el club popular, inventando hasta una sigla para tal acción: “Tococo”, es decir, “todos contra Colo Colo”.
Pero este dirigente -más allá de denuncias de padres de niños de las cadetes colocolinas, de sindicarlo como creador en las sombras de la Garra Blanca y de la poco clara operación que realizó en la transferencia de Marcelo Espina desde Platense a Colo Colo, entre otras historias-no se hizo conocido en Cienfuegos 41 con el arribo de Dragicevic y Menichetti el ’85, sino que mucho antes.
A mediados de la década del ’70, momentos en que Colo Colo estaba intervenido y controlado por el Banco Hipotecario de Chile (BHC), el entonces teniente de Ejército Jorge Vergara, golpeó la sede de la tienda alba para poder colaborar con el club y tener la opción de trabajar allí. Ahí fue recibido por el gerente general del club, el abogado Jorge Germán Pica (hijo del destacado jurista Jorge Pica Venegas, vicepresidente de la Comisión Organizadora del Mundial de 1962), quien le abrió las puertas de la institución al ver sus intenciones de gastar horas en un club que no era precisamente el mejor lugar para laborar y que pasaba por una etapa en que las manos, ganas y esfuerzos no sobraban.
Años después, ya en los noventa, el abogado le comentó a uno de sus hijos su sorpresa por el actuar del grueso dirigente: “Mira en lo que anda metido este tipo. Creo que fue el error más grande de mi vida haberlo dejado entrar a Colo Colo”.
En la casa del actualmente fallecido ex gerente técnico albo, aún se conservan dos regalos que Vergara le hizo a Pica. Un corvo y un cenicero con la leyenda del Ejército figuran entre los recuerdos de la familia, aunque, según sus descendientes, los conservan sólo por la memoria histórica de su padre, más que por otra cosa. Claramente no es una relación de la que quieran presumir.
“Este es el camarín del equipo campeón de 1986”. Con esa frase que venía acompañada de una fuerte carga de responsabilidad, Peter Dragicevic le abrió la puerta del vestuario a Arturo Salah el 29 de enero, primer día de entrenamiento. Hugo Bello, Osvaldo Gómez y Arturo Jáuregui eran, hasta ese momento, los nuevos rostros en Pedreros quienes, junto al resto del plantel, vestidos con unas extrañas y poco estéticas camisetas rosadas escucharon la primera charla de Salah, quien les planteó su forma de trabajo, organización y los deseos de llegar a hacer un gran proceso.
Del otro lado, los jugadores abrían muy bien los ojos, procurando estar receptivos, pero algo distantes ya que el tema era complicado. El Chano Garrido recuerda que en ese momento, no podía creer que el mismo tipo desagradable del archirival estuviera parado ahí. Y el Flaco tiene propiedad en la opinión, ya que durante años enfrentó a Salah directamente: él, como eficiente lateral derecho, debía soportar los embates de todo tipo del ex puntero izquierdo azul.
Salah no tenía claridad respecto de la conformación final del plantel para ese año. Días antes había tenido charlas con varios jugadores para decirles que no seguían en la institución, entre ellos, Leonel Herrera, histórico zaguero albo, quien dejó el club con no poca polémica, al igual que Horacio Simaldone, quien declaró “irse dolido” de Pedreros.
Por el lado de los refuerzos, además de los recién llegados, se había especulado mucho con la contratación de Ivo Basay, que finalmente no ocurrió, ya que el flaco goleador fue contratado por Everton en una operación récord, alejándolo del Monumental hasta diez años después.
Para completar el cuadro, se corría el rumor que había una “lista negra” en la que estaban, entre otros, Oscar Rojas, el Chupete Hormazábal, el Chano Garrido,,Raúl Ormeño y Roberto Rojas, ídolos de la afición. Y fueron justamente estos dos últimos jugadores, quienes, a los pocos días sorpresivamente, aparecieron transferidos a Cobreloa.
Mientras el plantel albo viajaba a hacer la pretemporada a las Termas de Jahuel, Ormeño y Rojas partían rumbo a Calama, debido a que “Salah no los quería”, según les dijo Jorge Vergara, aunque hacia el exterior se planteó como un tema de diferencia económica, más la necesidad de Cobreloa por contar con un golero y un mediocampista.
Al llegar a la Segunda Región fueron recibidos como héroes en el aeropuerto, mientras el presidente loíno, Luis Gómez, les aseguraba que estaba todo marchando perfecto. A su vez, ellos manifestaban a la prensa que estaban satisfechos por la oferta naranja.
Parecía que iba todo bien, pero en el hotel ambos jugadores comenzaron a inquietarse al ver que avanzaban las horas y no pasaba nada concreto. Ni firma de contrato, ni conversación para arreglar las platas. Nada. Solos en el desierto. Mientras tanto en la pretemporada, Salah declaraba que la partida de Ormeño “era una transferencia que no es de mi agrado”, no así la de Rojas y no porque no quisiera al portero, sino porque ya tenía el puesto cubierto con otro experimentado como Mario Osben y un joven que venía con todas las ganas llamado Marcelo Ramírez.
Así, Rojas y Ormeño estuvieron tres días en Calama haciéndose la idea de radicarse, hasta que no aguantaron más y encararon a la directiva naranja por su situación.
“Ustedes Vienen por 250 mil pesos, Jorge Vergara me dijo que ya él había arreglado todo con ustedes”, fue la respuesta de la regencia loína. Ahí comenzaron a darse cuenta que todo había sido una maniobra del secretario de Colo Colo, por lo que agarraron sus cosas y regresaron a Santiago con el objetivo único de hablar con Arturo Salah. Paralelamente, se seguía hablando que la operación del Cóndor incluía el arribo de Hugo Rubio a los albos desde el Murcia, cuyo pase pertenecía a Cobreloa. Una vez que el golero arregló para quedarse en Colo Colo, surgió un damnificado que no estaba en los planes: Mario Osben, quien partió a Calama, ya que Salah fue claro al afirmar que “no puedo tener dos arqueros de esa categoría”. Con el tiempo, el Gato se convertiría en ídolo naranja, tanto así que terminó mucho más identificado con los loínos que con los albos.
Era tan enredado todo, que Roberto Rojas llegó a ser tentado por Universidad de Chile, opción que el portero no desechó de plano e, incluso, estuvo muy llano a estudiarla.
¿Y Ormeño? Fue quien más se demoró en arreglar, pero Arturo Salah se prodigó en mediar entre el jugador y la directiva colocolina, acción que tuvo resultados. Acá no es menor la charla que Salah tuvo con Rojas y Ormeño, en la cual les dijo que jamás los había desechado Y que quería que se quedaran en el club. Fue entonces que Ormeño llegó a la conclusión que la famosa lista negra, estaba diseñada por Vergara, quien quería hacer una poda en el camarín, ya que consideraba líderes negativos al Cóndor y al Bocón. Tal cual.
“Vergara era y es así. Pasa por encima de todos. En todo caso, yo nunca le creí nada a Vergara”, cuenta hoy Raúl Ormeño.
Este enigmático dirigente albo, fue desde el comienzo un tipo que generaba anticuerpos en muchos sectores. El se defendió durante muchos años diciendo que estaban todos contra el club popular, inventando hasta una sigla para tal acción: “Tococo”, es decir, “todos contra Colo Colo”.
Pero este dirigente -más allá de denuncias de padres de niños de las cadetes colocolinas, de sindicarlo como creador en las sombras de la Garra Blanca y de la poco clara operación que realizó en la transferencia de Marcelo Espina desde Platense a Colo Colo, entre otras historias-no se hizo conocido en Cienfuegos 41 con el arribo de Dragicevic y Menichetti el ’85, sino que mucho antes.
A mediados de la década del ’70, momentos en que Colo Colo estaba intervenido y controlado por el Banco Hipotecario de Chile (BHC), el entonces teniente de Ejército Jorge Vergara, golpeó la sede de la tienda alba para poder colaborar con el club y tener la opción de trabajar allí. Ahí fue recibido por el gerente general del club, el abogado Jorge Germán Pica (hijo del destacado jurista Jorge Pica Venegas, vicepresidente de la Comisión Organizadora del Mundial de 1962), quien le abrió las puertas de la institución al ver sus intenciones de gastar horas en un club que no era precisamente el mejor lugar para laborar y que pasaba por una etapa en que las manos, ganas y esfuerzos no sobraban.
Años después, ya en los noventa, el abogado le comentó a uno de sus hijos su sorpresa por el actuar del grueso dirigente: “Mira en lo que anda metido este tipo. Creo que fue el error más grande de mi vida haberlo dejado entrar a Colo Colo”.
En la casa del actualmente fallecido ex gerente técnico albo, aún se conservan dos regalos que Vergara le hizo a Pica. Un corvo y un cenicero con la leyenda del Ejército figuran entre los recuerdos de la familia, aunque, según sus descendientes, los conservan sólo por la memoria histórica de su padre, más que por otra cosa. Claramente no es una relación de la que quieran presumir.